Todavía estamos comenzando a tener estudios concluyentes sobre el trabajo de la mujer durante el Franquismo, y lo mismo cabe decir de sus salarios. Apenas hay nada sobre los años cuarenta, lo poco con lo que podemos contar empieza a partir de los cincuenta.
Si leemos los libros publicados sobre trabajos o salarios femeninos, lo único que está un poco más claro es que la economía de los cuarenta y los cincuenta se divide en dos etapas que se corresponden cronológicamente con ambas décadas. La España de los años cuarenta, recién salida del enfrentamiento civil, está marcada por la crisis económica, el estancamiento, la penuria, la autarquía, la ruralización y el intervencionismo estatal, que llega a la política laboral. Esta política estatal transcurre por dos vías: la primera, la unificación del conjunto de los trabajadores y trabajadoras, y de los patronos, en un sindicato vertical jerarquizado; los sindicatos nacionales, enmarcados a su vez en la Organización Sindical Española (OSE). La segunda vía es la división del trabajo por sexos: aquí las mujeres desempeñaban sus funciones habituales de madres, esposas y la tradicional ayuda agraria o en comercios familiares. En la primera posguerra, la carencia de población masculina a causa de la guerra y el exilio hizo subir las tasas de población activa femenina. La progresiva incorporación al trabajo extrafamiliar durante décadas posteriores se debió a la caída del servicio doméstico, la redistribución de obreras en la industria y el aumento del empleo femenino en diversas ramas del sector terciario, así como al avance de las mujeres en las carreras liberales e intelectuales.
En los cincuenta comienza una clara recuperación de la renta nacional, desde 1951 a 1956, con notable estabilidad de los precios y buenas cosechas, para, partir de 1957, con los Planes de Estabilización, alcanzarse ya una clara recuperación de la economía. En los años cincuenta, como en los cuarenta, la agricultura constituyó el principal sector económico, aún en muchos aspectos en el subdesarrollo. En los núcleos rurales la mujer trabajaba activamente en el campo, si bien su trabajo se veía sólo como complemento del de su marido. Por ejemplo, en la mitad norte, incluso todos los miembros de la familia participan en la producción.
Eran consideradas propias de la mujer algunas actividades como la recolección de la aceituna; el amontonamiento de haces del cereal, cuando todavía no se realiza mecánicamente; la vendimia; el cultivo del algodón; la siembra; la escarda; el despunte; el aclareo y la recolección; en la del tomate del regadío, el trasplante y riego de plantones, encañado, escarda, poda, amarre, cava y limpieza de matas, y la recolección, etc. Así están detalladas todas las labores agrícolas en un largo inventario que no vamos a reproducir aquí.
Exposición de maquinaria agrícola de la Feria del Campo de Madrid
Las mujeres trabajaban eventualmente en la agricultura, lo que suponía una emigración tanto interna como internacional, como es el caso de la emigración de mujeres gallegas hacia zonas de cultivo de secano, las llamadas agosteras, o la emigración desde todas partes a la vendimia en Francia, por poner algún ejemplo. Los cambios posteriores, a partir de los cincuenta, llevados a cabo por el Servicio Nacional de Concentración Parcelaria, para acabar tanto con el minifundismo como con el latifundismo, así como la introducción de los cultivos intensivos, originaron la dispersión de la población y el cambiose tiempo en el trabajo de las mujeres, que se amplió a todo el año.
Las mujeres trabajaban en el campo después de una elemental preparación escolar, lo que hacía aumentar el absentismo escolar y el abandono de estudios posteriores a la enseñanza elemental. El aprendizaje de las labores del campo se realizaba desde la infancia, a base de experiencia. Al crecer, trabajaban igual mujeres solteras y casadas, salvo en Castilla la Nueva, donde las casadas dejaban de trabajar en gran proporción. En cuanto a la remuneración del trabajo, ya hemos dicho que en las propiedades familiares de poca extensión, donde no había dinero para la contratación de mano de obra, las mujeres participaban en las labores agrícolas como una extensión más de sus ocupaciones familiares.
En el sector secundario, la industria, durante décadas trabajaron muy pocas mujeres. Las cifras se prácticamente mantienen estables. Siempre se trataba de puestos sin cualificación profesional, ni comprensión mecánica, ni iniciativa: son trabajos manuales en máquinas poco costosas. Por el Fuero del Trabajo, uno de cuyos objetivos era "la liberación de la mujer casada del trabajo del taller y de la fábrica", el Franquismo procuró que la mujer casada regresara al hogar para poder cumplir sus funciones de madre. El movimiento pendular de la Historia nos ha llevado a la actual situación laboral, en la que las mujeres pueden estar a tiempo completo detrás de una máquina y tienen serias dificultades o incluso imposibilidad, según los casos de pensar en la maternidad, teniendo que renunciar a este aspecto tan nuclear en la vida de una mujer.
Los salarios en el sector secundario fueron más altos, tanto para hombres como para mujeres, en la rama textil, papeleras, cerámica, vidrio y cristal. A medida que avanzan las décadas franquistas es más notoria la diferencia de aumento en los sueldos de mujeres y varones.
Las mujeres se ocuparon fundamentalmente en el sector servicios, que empleaba a un 50% de la población activa femenina, frente al 20% de la masculina. Dentro de esta división por sexos habría que hacer otra distinción entre el sector público y el privado, este último con predominio del servicio doméstico. Finalmente cabría otra división entre las ocupaciones tradicionales y las nuevas ocupaciones, como los empleos de oficina en las administraciones públicas y en el sector privado, los nuevos sectores comerciales, la sanidad, la hostelería y la enseñanza.
El servicio doméstico era el primer paso para una estrategia de ascenso social. Las mujeres que se dedicaban a esta ocupación aumentaban los ingresos de su familia, lo que facilitaba su ascenso a otros trabajos u oficios mejor considerados, como cocinera o costurera. Estas mujeres, si empezaban a trabajar solteras, no rompían su trayectoria de trabajo con el matrimonio; en este sentido son transgresoras de las costumbres del momento -años cuarenta y cincuenta-. Sus salarios escapaban al control del Estado y variaban de unas regiones a otras, siendo máximos en las zonas de atracción turística.
En cuanto a las trabajadoras en la Administración, en los primeros años del Franquismo se limitó su acceso a los puestos de mando. Pero ya en 1943 se extendió su acceso a las escalas técnicas, inferiores, como antes de la guerra. El Decreto de 29 de marzo de 1944, permite que junto con las trabajadoras de Telégrafos, se beneficien del derecho a conservar su puesto de trabajo tras su matrimonio.
La enseñanza media era otro sector con importante presencia femenina, donde además, durante años, el número de mujeres duplicó al de varones, sobre todo en la enseñanza primaria. Este trabajo fue uno de los pocos a los que pudieron acceder numerosas mujeres con inquietudes intelectuales.
Igualmente es importante la presencia femenina en el mundo sanitario, como sabemos, especialmente en el campo de enfermeras y matronas. También hay mujeres practicantes y farmacéuticas. Las cifras varían según las regiones, siendo siempre Madrid y Barcelona las ciudades donde se establece mayor número de mujeres de este sector, seguidas de las capitales de provincia (Álava, Ávila, Cuenca, Guadalajara y Segovia son en general las de menor incidencia).
Todos estos trabajos de la rama sanitaria eran cualificados, no suponían una revisión del papel de la mujer, al tiempo que implicaban mayor libertad, ya que contaban con un sueldo medio y realizaban su actividad laboral fuera del ámbito doméstico.
En cualquier caso, el trabajo que más horas ocupaba a las mujeres -una media de once horas diarias- era el trabajo del hogar o de "sus labores". Se alargaba muchas horas porque abarcaba muchas de las funciones encomendadas a la familia: producción de bienes y servicios, transmisión de conocimientos y valores, manutención de niños y ancianos, cuidados de enfermos, etc. Todo esto exigía una gran dedicación en una época en que el equipamiento de los hogares era muy escaso: hasta los años sesenta no hubo baño o ducha en el 24% de los hogares. La falta de medios de trabajo hacía que todas de las familias tuvieran que ayudar en los quehaceres domésticos desde pequeñas: las niñas colaboraban con la madre en las tareas del hogar, preparándose para, al menos, una parte de su futuro; las abuelas también ayudaban a las madres, y dependiendo de su poder adquisitivo, éstas también podían recurrir a la mano de obra asalariada.
En resumen, los pocos trabajos existentes, estudian aspectos parciales, bien por su óptica o perspectiva, bien por su cronología, que giran en torno a la presencia femenina en la industria textil (Sabadell), en la del calzado (sobre todo la mallorquina), la compañía Telefónica, la industria conservera de pescado y el servicio doméstico, principalmente. Los historiadores se han acercado con desconfianza a las posibles fuentes, a las que consideran a priori maquilladas por el régimen franquista para su propaganda. Son considerados interesantes, sin embargo, los datos del Anuario Estadístico de España, aunque presenta como deficiencia la ausencia de remuneraciones del trabajo en el servicio doméstico.
En realidad, la mayoría de los autores coincide en señalar una razón sociológica como causa de la escasez de datos de este período. El régimen, se lee en cualquiera de estos estudios, consideraba el trabajo extradoméstico de las mujeres un trabajo suplementario, es decir, de ayuda económica a la familia. Si esto es cierto, esta falta de consideración del trabajo de las mujeres, contribuía a su invisibilidad. En cualquier caso, cualesquiera fueran las causas y las carencias de las fuentes, lo que sí es indiscutible, se asevera a continuación, es que el boom de la inserción laboral de las mujeres se da a partir de los años sesenta.
Hasta este momento, quedan como invisibles o de casi imposible cuantificación los trabajos más extendidos entre las mujeres durante los cuarenta y los cincuenta: las que trabajan estrictamente en el ámbito doméstico; las que se dedican al servicio doméstico; el trabajo femenino en el sector agrícola, sobre todo si lo hacen ayudando en las distintas tareas a los varones de la casa, especialmente en época de vendimias, de recogida de cosechas, de mantenimiento de los trabajadores masculinos, etc. en un momento en el que crece la mano de obra femenina en los cultivos de regadío; y también las que trabajan en los comercios familiares, en la hostelería, etc. Muchas de estas mujeres no fueron nunca declaradas trabajadoras.
¿De qué hablamos cuando decimos al comienzo de este epígrafe, que "que el boom de la inserción laboral de las mujeres se da a partir de los años sesenta" y que la "falta de consideración del trabajo de las mujeres, contribuía a su invisibilidad" o que "muchas de estas mujeres no fueron nunca declaradas trabajadoras"?
Cuando de habla de los varones, se habla de sus trabajos con mucha naturalidad, como si fueran tan antiguos como su propia existencia. En el caso de las mujeres, todo sucede de otra manera. Se presenta su trabajo como contingente, fortuito y reciente. El sentido común ha conseguido ignorar que las mujeres, como los varones, han sido también siempre campesinas, comerciantes, obreras, empleadas, enfermeras, institutrices, etc. ¿Qué nos lleva entonces a decir que "ahora" las mujeres trabajan? En lo que se refiere al trabajo de la mujer, en la historia domina la amnesia. Amnesia cronológica, amnesia jurídica, amnesia social. En lo que se refiere al trabajo de las mujeres, la memoria colectiva consiente en citar el episodio de la Primera Guerra Mundial, como el momento en que las féminas se incorporaron al mercado laboral para abandonarlo poco después, al término de la guerra..
Ciertos autores, por su parte, señalan que, en realidad, todo parece empezar cuando en los años setenta, un millón de mujeres suplementarias, poco después son ya dos millones, llegan al mercado de trabajo, ocupando principalmente empleos en el sector terciario, y, con mayor frecuencia que los varones, a tiempo parcial.
En realidad, no se debería repetir más que las mujeres empiezan a trabajar cuando los varones van al frente ni en el boom de los sesenta -como se constata en España- , o de los setenta en Europa -España no estaba en absoluto retrasada, insistimos en la falta de historia comparada entre los países europeos a lo largo del siglo XX-. Si los historiadores han hablado mucho de las mujeres empleadas en las fábricas de armamento, talleres metalúrgicos y mecánicos por excelencia, hasta entonces llenos de obreros cualificados, sufren de la amnesia a la que aludíamos antes: poco antes de la guerra, en Francia 2,3 millones de mujeres aparecen como obreras, sólo 500.000 menos que en 1918. Lo que sí es cierto es que durante la guerra, 1914-1918, las mujeres ocupan empleos de hombres, que antes de la guerra les estaban vetados, por ejemplo, conductoras de tranvías, carteras, profesoras de institutos masculinos. Con la paz, solamente abandonaron estos últimos trabajos. O sea, que lo más justo sería decir que las mujeres llegaron al mercado laboral durante la Primera Guerra Mundial a ocupar trabajos prohibidos hasta entonces.
Otra afirmación paralela. En los años setenta, seguimos en Francia, 6,6 millones de mujeres están en activo en 1962; 7,1 millones en 1968; 8,1 millones en 1975, y a partir de este momento se produce un ritmo de un millón de mujeres de activos suplementarios cada diez años, hasta contabilizar un total de 12 millones en 1999 frente a 14 millones de varones. Se da esta vez la visibilidad numérica junto a la cualitativa. No son obreras, ni funcionarias que hacen dispararse las cifras de empleo femenino, sino otro tipo de activos, en particular antiguas agricultoras que han abandonado el campo -ya que allí los censos las ignoraban, reconvirtiéndolas en obreras y empleadas-, así como otras mujeres de medios desfavorecidos, antes inactivas y ahora combatientes.
Por qué: porque ahora las mujeres son por fin ciudadanas de cuerpo entero, en posesión de sus derechos cívicos, pero también civiles, los de la independencia jurídica de su cónyuge y, sobre todo, los de la igualdad educativa, la más reciente: ahora las mujeres pueden ser ingenieros, médicos, abogados, jueces, e incluso primer ministro y presidente.
Ahora ya podemos responder a nuestras preguntas:<<¿De qué hablamos cuando decimos al comienzo de este epígrafe, que "que el boom de la inserción laboral de las mujeres se da a partir de los años sesenta" y que la "falta de consideración del trabajo de las mujeres, contribuía a su invisibilidad" o que "muchas de estas mujeres no fueron nunca declaradas trabajadoras"?>>. Pues bien, a lo que nos referíamos cuando decíamos desde que la mujer trabaja, es a desde que la mujer trabaja con mismos derechos que el varón, con los derechos iguales a los de los hombres.
A la altura de 2010 en Estados Unidos las mujeres ganaban el 77,5% del sueldo medio de los hombres (datos de un estudio del Economic Policy Institute, que solo tiene en cuenta los trabajadores de jornada completa). La desigualdad ha ido reduciéndose en el último cuarto de siglo (en 1979, la proporción era el 62,5%). Aun así, es mayor que la media de la OCDE (84%). El progreso femenino del último año se debe, en especial, a la fuerte presencia de mujeres en sectores -como la sanidad o la administración pública- en los que creció el empleo. En cambio, los hombres predominan en otros -industria, tecnología- que están en crisis.